Por Lucas Carrasco
Venimos, no, voy a hablar con el cuerpo, vengo de tratar de darle forma de canción a un poema que escribí a una novia, cuando era novia. Vengo de un cuarto con cartones de guardar huevos, micrófonos, esperas, soledades de acordes encerrados. Vengo de un barrio obrero de la ciudad de Buenos Aires, no son muchos. Vengo de tomar el subterráneo, de saludar, a un hombre canoso, que no me dirigió la palabra, pero me apretó, emocionado, la mano. Vengo de un país libre.
Vengo de generaciones a las que las muerte les vino del golpe.
Vengo a una generación a la que la muerte le vino de golpe.
La diferencia, infinita, abarca torturas, cárcel, poemas perdidos en mazmorras, hasta este golpe, contundente y calmo, de la muerte. En su lecho. De un cristiano. Vengo de un ateísmo militante capaz de conmoverse hasta el colmo por los cristianos que se plantearon vivir la vida de Cristo.
Ha muerto Húgo Chávez.
Un ejemplo de cómo encarar este asunto milagroso, que no pedimos pero dadas las cosas defendemos, de la vida.
Vengo de un país donde se murió Néstor Kirchner.
Y, yo, recuerdo cosas, así, chiquitas, sentimentales, en el escalofriante escalón de la muerte.
Me fui caminando a la Casa Rosada, la sede de gobierno de la Argentina. Había mucha gente. Algunos, desconsolados por el futuro. Nosotros medimos el espesor de la historia con categorías densas, amasando con pasión calibrada la definición científica de este misterio interrumpido del vivir, pero la gente de a pie, mis vecinos, mis familiares, las ex novias que me olvidaron, sus primas, los trabajadores, los de abajo, los parientes pobres de la leyes de la historia, creen en la gente concreta y vital. Y desconsuelan cuando muere una partecita nuestra, esa partecita nuestra, la del pueblo sin estridencias ni demagogias, esa partecita que nace y muere y renace y remuere, esa partecita de nosotros que es la esperanza.
Yo tenía una confianza tan voluntariosa, si querés, en que ese hombre, Néstor, lo mismo que creo del Comandante Hugo Chávez ahora, tenía y tengo una confianza, ahora corroborable, de que murieron en plenitud, dejaron esta esperanza de fuego en cada corazón de la gente sencilla. Antes, la muerte la traía el golpe. Ahora, la muerte viene de golpe. La diferencia son los jirones de vida que se dejaron para un mundo mejor. Nadie interrumpió, nada ni nadie, interrumpió, más que la única certeza socialista -todo lo demás es sueño, y lo mejor de esta vida son nuestros sueños- que es la muerte.
Había, para ver, el cajón de Néstor Kirchner, una cola inmensa. Yo me senté en el cordón.
Había otra cola inmensa en los improvisados baños químicos y cuando fui a mear, un pibe, ojalá lo vuelva a ver, me miró sorprendido. Por hacer la cola. Por haberme visto en la TV. Y, mirá con qué poca cosa volvimos a creer, pueblo sufrido y jodido, el pibe, me dijo: “sos kirchnerista”.
Nunca me olvidé de eso.
Puede que no tenga la menor importancia. Lo estoy contando porque estoy emocionado. Y emocionado uno elige quedar al borde del ridículo para transmitir una sensación.
En Paraná, mi tierra, una vez me dieron una condecoración de la Universidad de Sucre, de Chile. El rector, Pedro Godoy, un historiador de los valiosos e inmensos, me dio una cosa, una medalla, que enterré en un lugar, donde murió el tipo más importante, para mí, de la historia federal. Ahí donde enterré algunas cosas. Muchísimos años atrás había tenido en su casa de Chile a un loco, milico, que daba vueltas por ahí. Y era apasionado, también, por la historia. Tenía redención contenida en las venas. La memoria tiene esas cosas, esos laberintos raros, mirá, hay algo, cómo olvidarlo: tenía solamente, ese loco, venezolano, que paró en lo de Pedro Godoy, dos camisas. Y un solo par de medias. Y un solo calzoncillos. Terminado el día, los lavaba a mano. Los colgaba del balcón para que se sequen. Ajá. Era Húgo Chávez.
Hoy murió, el tipo que aprendió por el costado la historia de los pueblos, que esquivó los galardones idiotas de los historiadores consagrados. Hoy murió el hombre que mi hizo kirchnerista. Y, nobleza obliga, quiero, sin ser más que un boludo llorando desde el teclado en mi casa, quisiera tanto llegarle a un venezolano para decirle que cuando, en unos días, pase la etapa más negra del dolor, sepa que, como nos pasó a nosotros con Kirchner, queda detrás un pueblo. Que Chávez no vivió en vano.
Que no miren la televisión ni la alegría de la oligarquía. La muerte es la única certeza socialista. Para todos.
Que miren a los que hacen fila, a la gente común, a los que lloran al Comandante.
Todo revolucionario tiene la misión de infundir, en estas horas nubladas, esperanzas de continuidad y lucha en por lo menos una persona. Necesitamos una guerra de guerrillas de la esperanza.
Por lo que falta.
Para que sea la vida y no la muerte nuestra única certeza socialista.
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